Nunca había
imaginado que en la antaño cosmopolita y vanguardista Barcelona, hoy convertida
en una ciudad provinciana que solo se mira a sí misma y desprecia como extraño
todo lo demás, nos iban a “recomendar” que aquel local no era adecuado para
nuestra edad, que era un espacio para jóvenes en el que no teníamos cabida.
Habíamos
salido del Teatro, de ver el magnífico trabajo de Asier Etxeandía en “El Intérprete”
y lo único que deseábamos era tomar una cerveza antes de retirarnos al hotel. Era
la hora de la cena y los locales estaban todo lo llenos como es habitual un sábado;
de pronto dimos con un tugurio que yo recordaba de alguna guía y decidimos
entrar. Allí nos trataron de viejos, de inadecuados para mezclarnos con jóvenes:
“Este local es para gente joven”.
No
reaccionamos como sería habitual, montando un pollo por discriminación, sino
que incluso intentamos razonar con los dos porteros lo “irracional de aquella
discriminación generacional”, pero solo sirvió para que finalmente nos dijeran
que entráramos si nos daba la gana y pagábamos la entrada, aunque nos
recomendaron un club cercano donde podíamos encontrar servicio de pago. No sólo
éramos viejos sino que nuestra relación solo era posible previo pago.
Tomamos la
última cerveza sin alcohol en el bar del hotel, compartiendo espacio con
ingleses y japoneses, intentando encontrar sentido a la anécdota en medio de
nuestra estupefacción. Decidí tomar el suceso como una metáfora más de lo
ocurrido en la provinciana Barcelona: No eres de los nuestros y solo nos
interesa tu dinero. No tienes nada más que aportar.
Así son las
cosas y así les vemos. Lástima.
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