Un buen día descubres que la vida lleva tiempo diciéndote adiós; tal vez desde el nacimiento. Tus allegados se van marchando y cada vez te quedas más solo, rodeado de unos pocos que te acompañen. Los dolores, los achaques, las penurias te van consumiendo y sobrevives como quien sube una montaña: el objetivo es subir para después bajar y, mientras tanto, disfrutar del paisaje y del esfuerzo. El mito de Sísifo, o el del eterno retorno. Qué más da.
De entre las innumerables interrrogantes que surgen constantemente, hay una que me produce una profunda inquietud. ¿He conseguido hacer algo digno de ser recordado? ¿He cambiado alguna de tantas cosas que no me gustaban en esta vida?. La respuesta está en el interior. Siempre hemos de mirarnos a nosotros para darnos, si somos capaces, una respuesta que no suele ser otra que ¿He sido capaz de adaptarme y aceptar? ¿He sido libre, en qué, en qué he podido decidir realmente? Poco más de lo que afecta a mi entorno más inmediato. La elección de mis calcetines, la familia que creé y pare usted de contar: Esas pequeñas grandes cosas que conforman nuestro día a día. Lo demás, las grandes palabras con las que nos hacen creer que somos partícipes de las decisiones fundamentales son mentira. Una decepción de la que somos conscientes desde el primer momento, pero que aceptamos acomodaticiamente. ¿Qué otra cosa podemos hacer?.
La empresa nos mintió, dijo que mantendría los puestos de trabajo pero se ha llevado el material a otro país aprovechando el cierre vacacional. Al regreso nos encontramos las paredes de la nave y un tipo que no conocíamos que nos despidió.
Voté su candidatura e hizo lo contrario de lo que propugnaba. Ahora se vuelve a presentar y todos los demás candidatos me provocan una desconfianza aún mayor.
Confiaba en esa marca, su publicidad me hizo creer que era un buen producto. Pura chatarra.
Créame: es una buena inversión y si en unos años decide cambiar podrá venderlo por mayor valor. Ahora no vale ni la mitad.
Sin consumo no hay crecimiento; sin crecimiento no hay trabajo; sin impuestos no hay servicios; este es un elemento peligroso que necesita ser asegurado, cualquier cosa que ocurriera le llevaría a la ruina; este producto que ha comprado es contaminante, debe pagar por lo que contamina; tenemos un problema de espacio, pague por el espacio que ocupa ese producto que compró; mi vida es contemplativa, me dedico a la oración y si crees en mí te ofrezco la salvación eterna, pero necesito cubrir mis necesidades: págame; sé que usted aspiraba a realizar otras tareas, pero esto es lo que hay.
La literatura está llena de grandes obras que reflejan estas situaciones dramáticas, y aún peores. Es difícil decir algo nuevo. Por eso volvemos al eterno retorno, al principio, ¿qué hemos cambiado, hemos sido capaces de cambiar algo que no sea nuestro interior?.
Hoy veía, una vez más, imágenes de candidatos políticos. Estaban rodeados de jóvenes. No había personas maduras ni viejos entre sus interlocutores, suponiendo que les permitieran decir algo y asumir un papel que no fuera el de meros comparsas. "Ellos son el futuro, ellos sufren el paro..." No: "Ellos aún creen que pueden decidir, que pueden hacer, que pueden cambiar algo". Los demás estamos amortizados.
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