¿Ha sentido alguna
vez la sensación de que le destruían todo lo construido durante toda su vida y
que lo hacían en nombre de “la verdad absoluta”? Usted habrá pensado, con razón,
que una especie de hijo de su madre le ha destrozado la vida y que va a
continuar haciéndolo. Bien, con eso quiero definir “Gurú”, que nada tiene que
ver, en principio, con la definición adecuada, aunque también podría haber
empleado el término “iluminado”, “profeta”, “talibán”.
Aunque asociemos esas palabras a lo religioso o sectario, no
es imprescindible que sea así, quiero decir que también se da en la vida normal
y corriente. Ese buen día aparece alguien que dice estar en posesión de “la fórmula
definitiva…” de la felicidad, del trabajo, de la política, economía, filosofía,
producción, sanación, artes… Ese buen día, un número indefinido de personas confiarán,
más o menos, ciegamente en quien ejerce el liderazgo y ayudarán a que sus
propuestas se conviertan en lo más multitudinarias posible. Naturalmente eso
implica la derrota de lo ajeno, lo contrario, lo extraño, lo diferente. Y ahí
está usted. De la noche a la mañana se siente desplazado y marginado, carente
de credibilidad, desorientado, perdido, excluído. Por mucho que se defienda sabe que está
abocado a la derrota, ha llegado su hora y solo resta humillar y morir. Poco
importa que el tiempo demuestre que la “nueva propuesta” era un Bluff, usted ya
nunca recuperará su estatus, usted está amortizado y alguien ocupará su lugar. Si
no ha muerto le queda la supervivencia, mejor o peor. Nada más. Y se preguntará
más de una vez si no hubiera sido mejor morir, acabar de una vez. Tal vez no,
tal vez usted rehaga su vida y no eche en falta lo anterior, no todo son
perspectivas pesimistas, tal vez incluso agradezca que le hayan reorientado la
vida… pero ¿qué sentirá cada vez que quien le ha deconstruído su vida aparezca
en ella?
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