Seguramente ya se ha preguntado en alguna ocasión en qué
consiste su participación democrática y habrá llegado a la conclusión que esta
se reduce a que cada cierto tiempo introduce una papeleta en una urna. A veces
puede seleccionar alguna casilla de esa papeleta y hasta la próxima vez. Eso es
todo. Lo demás, si es que los tiene, son sus derechos de opinión, reunión,
manifestación, huelga, etc. Pero no implican que se vayan a tener en cuenta.
Cuando se introduce la papeleta se le está dando la
representación a ese sujeto votado, que argumentará que goza de la
representatividad que el pueblo y el sufragio universal le han concedido para
hacer lo que le venga en gana, ya que lo que le haya “prometido” en su campaña
electoral, eso llamado “programa electoral”, es papel mojado que las
circunstancias harán modificable a conveniencia.
Vayamos unos pasos atrás: Para la confección de ese programa
y la elección de los candidatos que le representarán, previamente los partidos
han celebrado sus congresos locales, regionales, nacionales, en los que,
supuestamente, los afiliados a dichos partidos han ido eligiendo a sus
representantes. Digo supuestamente, ya que si alguna vez tienen la oportunidad
de asistir a uno de esos cónclaves se asombrarán de que la opinión de los
votantes importa un rábano y no llega más allá de una exposición oral a la
asamblea y el depósito del voto. Es necesario aclarar que todo esto sucede no
en un único escenario, sino en varios simultáneamente, y que en contra de lo
que pudiera parecer, el asambleario es el menos importante, ya que las
negociaciones de las listas se realizan en despachos o habitaciones independientes.
Después, cada “familia”, “grupo”, “sector”, dará la orden de voto en una u otra
dirección, acorde a la conveniencia y acuerdos de cada uno y que finalmente se
suele celebrar con la proclamación de una “lista integradora” de las diversas
corrientes de opinión e intereses, o con la imposición de la mayoría si esta es
suficiente.
Si pensaban que en estos congresos se producen sesudos
debates de propuestas y contrapropuestas programáticas en las que iban a
descubrir al candidato más preparado y que enamorara con su verborrea a la concurrencia,
están equivocados.
Esto ocurre en todos y cada uno de los partidos y
sindicatos, donde se lleva el gato al agua el que tiene mayor respaldo, sí,
pero no necesariamente por sus cualidades para el cargo, sino que, en la
mayoría de las veces, obedecen a apoyos por favores y agradecimientos mutuos,
que nada tienen que ver con los de los ciudadanos a los que pueden llegar a representar.
Ese es el sistema de lo que podríamos llamar “la industria política”, pues
realmente, si usted no forma parte de ese “negocio” carece de cualquier
oportunidad de darse a conocer, llegar a presentar una candidatura a un cargo
de representación y alcanzar el ejercicio del poder, a no ser que sea en un
municipio pequeño, donde se conozcan todos los habitantes y pueda ir puerta por
puerta convenciendo al vecindario de sus méritos para “administrar” sus bienes
e intereses comunes.
Estoy seguro de que en este punto alguien se habrá llevado
las manos a la cabeza, si no lo ha hecho antes, presumiendo que se me ha visto
el pelo de la dehesa al leer las palabras “bienes comunes”. ¿Es que es otra
cosa lo que hacen los políticos, que administrar los ingresos recaudados, vía impuestos,
a los ciudadanos y gestionar los recursos para todos ellos, bien sea el
alumbrado público, el asfaltado de un callejón, la gestión de una autovía, la
recogida de las basuras, la limpieza de los edificios públicos, la gestión de
un aeropuerto, los sueldos de los trabajadores públicos, la confección y
aprobación de las diversas leyes que rigen la convivencia, el sistema
educativo, la sanidad de un país...? Lo sé, ése no es el concepto que ellos
tienen. Más bien piensan que una vez accedido al poder ese es su cortijo en el
que manejar el ganado como les venga en gana y sin que el ganado rechiste
cuando ellos apliquen las medidas que consideren pertinentes, gusten o no. Para
eso les han “depositado su confianza”.
Estos son los dos errores de base del sistema que nos
gobierna: La representación está en manos de los partidos políticos y el
engranaje de los mismos está cerrado al exterior, por mucho que presuman de
democracia interna. Lo máximo que hemos llegado a ver es la escisión en alguno de
ellos, generalmente por discrepancias de uno de sus líderes que se ha visto excluido
y que monta un sistema fundamentalmente personalista, cuya vida va pareja a la
de ese líder, logrando la suficiente representatividad como para mantenerse
vivo y hacer oír su voz desde esa nueva empresa política, entendiendo empresa
no como empeño, sino como industria. El hecho de que surja un nuevo partido
implica un respaldo económico potente (hay que abrir sedes, delegaciones,
mantener conversaciones, viajar, darse a conocer, en resumen: gastos y
desembolsos económicos que, en principio, no tienen garantía de ser
reembolsados, ya que si no se obtiene la tan anhelada “representación”, no están
asegurados los ingresos que paga el estado por cada representante obtenido, más
las parte proporcional de los emolumentos que percibe cada uno de ellos, una
especie de “ayuda” al partido que le ha proporcionado ese puesto de trabajo),
lo que vuelve a repetir nuevamente el ciclo de favores debidos, compromisos
adquiridos y servidumbres varias.
Haga una prueba: plantéese su posible candidatura a la
presidencia del gobierno del país, o de su autonomía, o del ayuntamiento. ¿Qué
podría hacer para darse a conocer a sus electores, qué posibilidades tendría su
mensaje de llegar al ciudadano?
¿Qué podríamos hacer para acabar con este círculo vicioso?:
-
Crear un partido. Ya hemos visto lo que puede implicar.
-
Disolver los partidos existentes. No parece muy viable
sin una revuelta social. O la derrota electoral y la imposición.
-
Infiltrarse en los partidos y conseguir alcanzar su
poder desde dentro. La pregunta es: ¿qué deudas y con quién tiene contraída
este partido, y si estaríamos dispuestos a aceptar esa herencia, que
conllevaría asumir la historia del mismo? Por otra parte, usted no llega a un
partido y se afilia así como así, necesita avalistas, precisa que otros
afiliados le apadrinen y otorguen un voto de confianza: es uno de los nuestros.
Claro es que dependiendo de quiénes sean sean sus padrinos, usted ya forma
parte de una determinada camada. Aunque los matrimonios más raros y las
infidelidades se ven con harta frecuencia en la política.
-
La asunción programática de algún partido de estas, u
otras, propuestas.
Volvamos a ponernos al día. Hace unos días el Gobierno de
España anunciaba el rescate de la banca, dentro de una polémica batalla de
mentidos y desmentidos por las posibles contrapartidas. Dentro de las medidas
para aliviar la escasez de dinero del gobierno, la ministra de fomento
anunciaba la privatización de servicios como los de los transportes
ferroviarios y lo hacía argumentando que había billetes subvencionadas hasta en
un 100%. Inmediatamente pensé que tenía razón: los de todos los cargos políticos
que se desplazan a trabajar fuera de su lugar de residencia. Imagine que Vd. obtiene
un puesto de trabajo en otra ciudad, o saca una plaza de funcionario en el
parlamento europeo. Lógicamente pensará que se tiene que marchar a residir a
esa ciudad, sea Bruselas o Fuente la
Teja , y que si decide desplazarse diaria, semanal, o
mensualmente a ver a su familia, si es que no los ha llevado consigo, lo hará
por su cuenta, que la empresa le dirá que no le cuente penas y que usted sabrá
cómo organiza su vida, que la retribución es la que es. Pero si sale elegido al
parlamento europeo gozará gratuitamente del transporte aéreo y de unas suculentas
dietas por tener que ir a trabajar tan lejos de su “lugar de residencia”. Lo
mismo ocurre si su lugar de trabajo es el Congreso en Madrid y su lugar de
residencia es Castellón *. Y si sale elegido alcalde o concejal, es bastante
probable que pongan a su disposición un vehículo oficial para su transporte. ¿Por
qué se produce este agravio comparativo entre un trabajador privado y uno público?
¿Cuántos parados estarían dispuestos a irse a trabajar a Bruselas, o a Madrid,
o al barrio del centro sin que les dieran una miserable dieta por traslado y
kilometraje? ¿Por qué, pues, la “casta política” goza de estos privilegios? ¿Es
que el hecho de no tener garantizado el puesto de trabajo, más allá de lo que
dure la legislatura, les hace más merecedores que, pongamos por ejemplo, un
ingeniero que se va a trabajar a unas obras en Arabia Saudí con un contrato de
cuatro años, o un emigrante que llega con una mano delante y la otra en la
maleta?
Eso es lo que pensé cuando escuché a la ministra Pastor, en
lugar de darle la razón a ojos cerrados. Empecemos por barrer la casa propia y
prediquemos con el ejemplo y, oigan es sencillo, si no les interesan las
condiciones del empleo, déjenlo, seguro que hay alguien tan capacitado, cuando
menos, para ejercerlo.
* La diputada fue elegida en las listas de Castellón, pero reside con su marido, el exconsejero de Sanidad de Aguirre, en la urbanización de superlujo de Madrid donde viven el capo de la Gürtel, jugadores de fútlbol y cantantes famosos