Somos como nos ven. Somos lo que ven los demás, lo que los demás proyectan en nosotros. Aunque creamos y juremos que somos otra cosa, nunca dejaremos de ser ese objeto percibido por los demás. Somos una opinión ajena, aunque creamos lo contrario. Nuestra autopercepción no cuenta. Es engañosa. Naturalmente que hay personas inasequibles al desaliento, incapaces de asumir que no son el niño más guapo del mundo, tal y como les decía su mamá, hasta que alguien, manu más o menos military, les pone en su sitio y les obliga a abandonar su confortable refugio desde el que controlaban todo. Se acabó. No hay vuelta atrás. Aunque juren y perjuren que volverán cuando se demuestre su inocencia nadie espera nada de ellos, sobre todo aquellos que ocuparán sus puestos, como ocurrió con su antecesor Zaplana. No digamos nada del pueblo soberano; porque somos los votantes los que, en definitiva, quitamos y ponemos con nuestras humildes papeletas, aunque haya quien crea que el "cargo" se lo deben a sus líderes. Tal vez eso sea una razón para explicar la ausencia de una sola referencia al electorado en el discurso de despedida. No es el suyo un ¿sacrificio? a título de beneficio del señor Rajoy y para que le deba la posibilidad de alcanzar la presidencia del Gobierno de España.
Hasta nunca, Camps. Quien se despide imponiendo el control sobre los medios de comunicación, y por tanto restringiendo el derecho a la libertad informativa, no merece más despedida que el ostracismo cuando regrese al infierno que habitamos los pobres mortales. Bienvenido al mundo de los tontos. ¿Ve?, al final no era tan listo ni tan guapo. ¿Tan honrado?. ¿Por qué nos olvidaremos de la presunta virtud de la mujer del César?
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